CulturaEntrevistas

Los dueños de la música

Descubriendo los secretos de oficio con un afinador de pianos

Un día lo llamaron y le dijeron “mirá hay una emergencia venite”: la pianista había llegado al ensayo-la orquesta nacional ya estaba en el escenario, lista para seguir su base-, era italiana, se sentó en la banqueta y cuando probó el piano lo encontró desregulado. Era italiana. Lo cerró indignada y dijo “es una mierda lo que me han puesto como piano”. Se levantó y se fue a la dirección pero avisó “si a la tarde no está como quiero suspendo la función”.

“Mirá, hay una emergencia venite”. Y Ramón Peraza, el afinador de pianos, fue.

A la tarde, cuando la pianista volvió dijo “hoy sí podemos trabajar”. Y dicen que un músico de la orquesta le aclaró, orgulloso, “nosotros tenemos gente capacitada lo que pasa es que usted es la apresurada”.

Ramón afinó y se fue. Pero trabajó un poco nervioso.

Cuando una pregunta en El Salvador, Centroamérica, por afinadores de piano los que saben solo tiene tres nombres e incluso entre ellos solo manejan esos tres nombres: Amado Vega, Salvador Avendaño y Ramón Peraza.

A Amado le dio un preinfarto y vive en Estados Unidos, cada tanto visita su país pero ya no afina; Salvador Avendaño es un maestro de música que ama trabajar con niños en las escuelas y corre con su tiempo ocupadísimo. En sus horas libres afina y repara pianos y tiene como 20 clientes; todo lo demás lo hace Ramón Peraza: afinador profesional. Si alguno de ellos dos se enferma o se va de vacaciones el país va a sonar horrible.

Ramón Peraza

Ramón es la tercera generación: su abuelo fue afinador de pianos, y su papá, y de once hermanos solo él sigue reparando y haciendo sonar bien a estos señores de levita.

En El Salvador hay más de 400 pianos con los dos Steinway de cola –una de las mejores marcas del mundo-, los de las escuelas, de las iglesias y los particulares.

Ramón es el afinador oficial de la Secretaría de Cultura de gobierno y aunque lleva años trabajando, cada vez que un artista se acerca a chequear si el piano realmente está bien, Ramón transpira.

“Yo estoy nervioso porque pueden decir no. Imagínese el compromiso que hay encima; cuando ya dicen´perfecto´ ya uno se siente ahhh. No se vaya a creer! –se ríe- estas canitas son…de tanta socazón que pasa uno”.

Ramón empezó a aprender esto de los pianos desde muy chiquito y se le quedó de oficio.

“Cuando estábamos con mis hermanos pequeños, somos cinco de matrimonio y seis por fuera – no había mucha tele en ese entonces -bromea- mi papá nos decía: vení, ponete a hacer esto y nosotros hasta enojados porque los demás estaban jugando en la calle”.

Y con tal de salir a jugar los Peraza hacían todo rápido, pero si por eso llegaban a romper una piececita la cosa se ponía fea: tenían que terminar y nada de juegos.

A Ramón le fue gustando y cuando su papá se retiró él decidió heredar ese mundo.

Su papá se fue obligado: desarrolló Síndrome de Meniére, un desequilibrio en el oído medio. “Como él afinaba con diapasón, tanto estar en ese tintin esforzó mucho el oído. La enfermedad lo marea, entonces el otorrino le dijo que tenía que retirarse de esto”.

También tenía muchos problemas respiratorios. Dentro del piano el martillo que golpea la cuerda es una felpa comprimida que guarda un polvo fino, fino y cuando se afina el piano, el golpecito hace que el polvillo vuele. Ramón tiene rinitis y ocupa mascarilla pero su papá nunca ocupó y siempre estuvo mal de la garganta y de la nariz pensando que era una alergia.

“Toda cosa tiene su precio”, dice Ramón.

Un oficio familiar

Cuando su papá se retiró él tendría unos 20 años y empezó a atender a sus clientes; pero no todo fue tan fluído.

“Una vez me cerraron la puerta.

¿Qué venís a hacer?

A afinarle su piano.

No,que venga tu papá, vos no.

Y me cerraron la puerta”.

Su padre tuvo que acompañarlo y pedirle al señor de la puerta que le dé a su hijo la oportunidad de demostrar lo que sabía. El señor tenía tres pianos, tres pianos caros. Ramón trabajó y aceptó sus disculpas.

Otra vez tuvo que escuchar a una funcionara de cultura decirle: “si yo soy de profesión licenciada, ¿cómo va a ganar usted más que yo?”.

Y tuvo que escucharse explicando: “ese es su problema, a mi dios me bendice de un oficio y me he especializado porque requiere de herramientas caras, viajar, estadía… y todo eso viene a sumar… porque sería muy feo en nuestra cultura que nadie pueda hacer el tipo de afinación que usted me pide”.

Ser un buen afinador no es una ganga: solo la llave del piano vale 300 dólares y Ramón se capacita continuamente en México o en Chicago para estar a la altura.

“Tengo un estuche que me costó 1500 dólares que es el que uso para los pianos Steinway para hacer el tipo de tarea que requirió la pianista italiana, entonces uno tiene que cobrar también el conocimiento y la herramienta”.

Por suerte también están los otros.

Para un evento, uno de los músicos que iba a acompañar al pianista invitado, pariente del dueño del piano, dijo: yo lo afino y nos ahorramos ese dinero.

Ramón estaba en el cumpleaños de su papá cuando a las siete de la noche lo llamaron para que se presentara con urgencia y cobrara lo que tuviera que cobrar porque el señor Armando Manzanero se había retirado a su cuarto pidiendo que le hablaran cuando el piano verdaderamente estuviera afinado.

Ramón lo arregló en media hora, con todo el mundo mirándolo y él pidiendo silencio y sudando.

“Después lo fueron a llamar a Manzanero–cuenta- una persona que desde que uno lo ve caminar le ve la humildad, llega y me da la mano ¿usted es el afinador, verdad? y sin haber probado el piano me dice un placer conocerlo, me permite, quiero chequearlo. Imagine que humidad!. Se sienta y comienza a hacer aquellos acordes bien bonitos, se para y me dice: maestro, le agradezco, me salvó la noche”.

Otra vez estuvo de gira con un trío de jazz invitado al país por la embajada de Japón. Estaban en una ciudad y se rompió un martillo del piano. Pararon de tocar y Ramón sacó de acá para poner allá y lo arregló. Con todo el público mirando.

Cuando terminó la gira, el embajador de Japón se acercó.

“Se para y me hace así – Ramón junta las manitos- a saber qué dijo! y la traductora me explicó: le está agradeciendo todo lo que usted ha hecho por sus artistas”.

Otra noche terminó cenando con el famoso pianista Richard Clayderman, el que en los 80 vestía de blanco y tocaba un piano blanco.

Un historia llena de anécdotas

Ramón todo lo cuenta. Es simpático. Cuenta un montón de cosas y se ríe. Esto de ser afinador lo ha llenado de anécdotas. Cuenta que en el teatro ha visto fantasmas, una niña y un mimo; que una vez encontró una culebra adentro de un piano y otra vez un fajo de dinero que entregó a su dueño, y que cuando el embajador de Japón lo saludó con las manitos juntas él pensaba el embajador saludando con estos honores a este dientudo.

Del inventor del piano, Bartolomeo Cristofori, mucho no se conoce, pero con un invento así bastan sus pocos datitos: italiano de Padua; su primer piano -años más años menos- es del 1700 y su mecenas fue Fernando de Médicis de los Médicis de Florencia amantes del arte.

El piano en realidad es un pianoforte: en italiano piano por suave y forte por fuerte. Y así suena: es una gran caja de resonancia que abierta tiene un mecanismo perfecto.

Tiene 88 teclas y la mayor parte de cada nota tiene tres cuerdas, luego vienen entorchados de dos cuerdas y de una: las tres cuerdas tienen que quedar afinadas al mismo tono y diferente de las otras tres que le siguen. Y si una de esas tres cuerdas no está igual, el afinador lo detecta.

El tono estándar es 440: una vibración a 440 HZ a 2°C. En una orquesta, en base a ese tono, están todos los instrumentos.

La afinación comienza en el centro del piano y de ahí se va hacia los laterales: los afinadores trabajan inclinando su oído hacia el teclado como si escucharan secretos.

El abuelo de Ramón afinaba con un pito; su padre con el diapasón y Ramón con un afinador. Su papá demoraba de 2 a 3 horas para hacer música, Ramón solo 45 minutos y si bien tiene sus herramientas más modernas, más prácticas, más siglo XXI, tiene un oído finísimo, educado a base de escuchar y escuchar. Sin ver el afinador, su oído llega a la nota: solo usa el aparato para la parte central: las demás teclas, hacia la derecha y hacia la izquierda, las hace sintiendo.


Ahora sí, si en la calle un bus toca bocina muy fuerte, Ramón recibe un gran sopapo en los oídos.

Exceptuando los electrónicos y los de juguete, existen dos clases de piano: los verticales que son los de pared y los de cola. Con los verticales uno usualmente aprende a tocar y con los de cola se enamora. “Entre más larga tenga la cola más sonoro– dice Ramón- mucho más sonoro: los bajos usted los siente y hasta se le mueve el corazón”.

Los dos tipos de piano son instrumentos delicados: lo usual es hacerle dos veces al año un mantenimiento que implica limpiarlo, chequear la máquina, afinarlo y hacerle un pequeño ajuste si lo necesita. Se los afina cada vez que es necesario. Y se lo tapa muy bien para cuidarlo, por sobre todas las cosas, de las polillas: el cáncer de los pianos.

Las polillas matan.

Cada cosita que conforma el piano se arregla con una herramienta única, especifica; y cada pieza se reemplaza por la misma pieza: se puede tomar de acá y poner allá pero eso de andar remendando no: con los pianos la improvisación latina tiene muy poco espacio.

Ramón hace 30 años que trabaja y apenas toca el piano,dice que hay que tener manos suaves para tocarlo y a él con tanta herramienta y tanto trabajo mecánico se le entumecen los dedos.

Cuando llega a afinar, lleva su bolsita gris llena de herramientas y la desenvuelve como un cocinero desenvuelve sus cuchillos. Y los mira así también. Respeta cada una de sus herramientas, las muestra con orgullo: mire qué linda es ésta, para sostener las clavijas o esta otra para sacar el pin de la cápsula de los martillos.

Toca el piano como si lo hiciera bailar: lo abre, lo atrae, lo lleva.

Un pianista una vez le dijo que detrás de todo campeón de Fórmula 1 había un gran equipo de mecánica, detrás de los pianistas hay un gran afinador.

Ramón lo sabe.

“Es una herencia muy linda porque a través de la música, de mi oficio puede haber un concierto, y si yo no hago un buen trabajo el concierto se suspende. Imagine que responsabilidad”.

Fuente
Fotografías cortesía de Sandro StivellaEntrevista Daniela Raffo

Rutas Vivas

Somos RUTAS VIVAS Una plataforma abierta, dinámica y colectiva desarrollada por emitiendo.net que invita a descubrir nuevos caminos, alimentándolo de experiencias, acciones e ideas de superación hacia un futuro sostenible.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba